El 14 de mayo, día de cierre de la 44ª Feria del Libro, nos reunimos alrededor de una mesa donde reposaban unas botellas de buen vino y ejemplares de libros recién salidos del horno, un grupo de personas con características afines.
Estaban Tulio Guterman, creador del sitio www.efdeportes.com, un verdadero orgullo para los argentinos, un viajero incansable como es Carlos Campos, el singular pintor Luciano Pablo Grasso, y el acordeonista Germán "Colo" Heck. Se sumó un escritor y periodista chileno, Jorge Abasolo, que visitaba la Feria, pariente del filósofo Jenaro Abasolo, y, por supuesto, Claudia Schvartz y Pico Manfredi, directores de Leviatán, editorial que lleva adelante su buen hacer desde hace varias décadas en el país.
La charla giró alrededor del libro Las huellas de Ramos Mejía en el pensamiento contemporáneo y nos centramos, en principio, en el discípulo más notable de este médico argentino que se especializó en psiquiatría: José Ingenieros. En el afecto y admiración que se dispensaron mutuamente hasta la propia muerte de Ramos (fueron las lágrimas más angustiosas que he llorado en mi vida, manifestaría Ingenieros).
Cuando José María Ramos Mejía escribe Rosas y su tiempo afirma tajantemente que para analizar con objetividad los fenómenos sociales tenemos que desligarnos de las prenociones, de todos aquellos prejuicios acumulados en nuestras vidas. Que lo más aconsejable es diferenciar la actividad científica de la ideología. E introduce la validez de la documentación oral como una de las claves para enriquecer el análisis de tiempos pasados.
El improvisado sociólogo, en un volumen anterior, Las multitudes argentinas, nos alerta que los líderes sucumben ante las tendencias cambiantes de la multitud. Y manifiesta su fastidio por el hecho que las multitudes estén, en determinados momentos históricos, tan apocadas. Es que para Ramos Mejía, ellas tenían una función democrática por excelencia.