Los deportes, esas ficciones lúdicas que hablan de la verdad de una sociedad, son excelentes observatorios para comprender las contradicciones que impactan al Irán de hoy. Allí se cristalizan los debates y las tensiones en la iranidad y la globalización, sobre el lugar de las mujeres en el espacio público, sobre la decencia y el desencadenamiento tolerable de las emociones.
El 8 azar (29 de noviembre de 1997) quedará como una fecha importante en la historia contemporánea de Irán. No fue la fecha de una elección o de un golpe de estado, sino la de la clasificación del equipo nacional de fútbol al Mundial de 1998, un evento deportivo que simbolizaba la reintegración vacilante del país en el concierto de las naciones y un día donde se abolieron las distinciones entre lo privado y lo público. Al instante de conocido el resultado Australia-Irán, un partido nulo que aseguró la clasificación del equipo del fútbol a la fase final de la copa del mundo, las inmensas avenidas de Teherán, y las calles más modestas de los pueblos de provincia, se transformaron en el teatro de una fiesta carnavalesca. Hombres y mujeres (entre estas últimas sobre todo las jóvenes de barrios periféricos) cantaron, bailaron, celebraron su alegría toda la noche. Aquí y allá, se invitaba a bailar a los rowhâni (religiosos) que pasaban, a los policías y a los basiji (voluntarios encargados del mantenimiento del orden) desconcertados. Una cultura de la alegría (farhang-e khoshâli), frustrada y confinada entre las cuatro paredes de las casas, se exteriorizaba en el espacio público. Los desbordes durante esta fiesta nacional improvisada no dejan de producir la reprobación de los más conservadores o de los más radicalizados. El periódico conservador Jomhuri eslâmi (República Islámica), de esta manera, los estigmatiza como un "pecado cultural", mientras que los más maliciosos establecen un paralelo significativo entrejâm-e jahâni (copa del mundo) y jâme'e jahâni (sociedad global).
La expansión cada vez más masiva de los deportes modernos, y en particular del fútbol, el crecimiento exponencial de la prensa deportiva difundiendo las competiciones aquí y allá, expresan una enorme mutación de indicadores simbólicos. El deporte nacional iraní, es la lucha que se vincula con la práctica tradicional del zurkhâne (literalmente: hogar de fuerza) donde se entrena, dentro de un marco de relación sociable, con diversos ejercicios atléticos. La imagen del luchador es doble: es a la vez aquella del "brazo robusto" (del "codo robusto", se dice en persa) de los medios populares tradicionales; es también aquella del pahlavan, el atleta, el héroe caballeresco, libre, sacrificado y desinteresado. El futbolista, por el contrario, es el campeón (ghahreman) moderno y del futuro, que sueña con jugar en el Manchester o en el AC Milán. Las dos imágenes no son forzosamente antagonistas (muchos iraníes de edad madura reivindican este doble fanatismo) pero ellos son necesariamente concurrentes y sin duda que la segunda está eclipsando progresivamente a la primera. El predominio del futbolista sobre el luchador simboliza, sin duda, la evolución reciente de Irán. La imagen de este nuevo héroe rivaliza con esta figura central en el mundo iraní que la del mártir, exaltada por el tributo todavía cercano de los 400.000 muertos de la guerra con Irak.
En un país donde las autoridades viven con la obsesión por el ocultamiento del cuerpo femenino y la división sexual de los espacios, las prácticas y los espectáculos deportivos son oposiciones esenciales. Las únicas especialidades deportivas a las cuales pueden dedicarse las mujeres bajo la mirada de los hombres son el tiro, la equitación, el canotaje, el alpinismo, el esquí, y los deportes para personas con necesidades especiales, todas prácticas que, a diferencia del atletismo, la natación, y otras, se aceptan mal que mal desde las reglas morales islámicas. Y todavía la mayoría de estas "conquistas" son muy recientes y provocan a cada paso, las protestas de los fundamentalistas.
La prevención en los estadios, y el celo en proteger a las mujeres, se vinculan con otros desvelos: la obsesión por la disciplina, por el orden moral, por la decencia pudorosa así como la amenaza de las reuniones públicas y las manifestaciones por la libertad de expresión. Los estadios, que han sido el teatro de muchas manifestaciones reprimidas durante los diez años anteriores, son estrechamente controlados. Las noches luego de los partidos pueden dar lugar a manifestaciones donde se confunden, entre los jóvenes hinchas, el disgusto o la alegría por el resultado deportivo y la rebelión política.
Diariamente las autoridades se molestan con la vulgaridad de los espectadores que, como todos en todos lados, consideran al estadio como uno de los pocos espacios donde se puede decir malas palabras y olvidarse de las angustias de la vida diaria. Hay, en efecto, un particular contraste entre los cantos de los hinchas (por ejemplo, Shir-e samavar dar kun-e davar: "La perilla del samovar en el culo del árbitro") y las inscripciones que aparecen en los bordes de las tribunas indicando que el rezo es la llave del paraíso y que se debe inspirar dentro de los estadios el ejemplo de Alí (primer imam de los chiitas) y de sus hermanos. Con este título, y para bien de otros, el estadio es un espacio de perturbación para las autoridades, cuidadosamente unido a su ética puritana.
En definitiva, la pasión por el fútbol, como la expansión de los deportes internacionales más diversos, participa de un proceso de modernización de la sociedad iraní donde los valores tales como el individualismo, la competición, el ascenso social por el propio mérito, la espectacularidad se filtran gradualmente. La búsqueda del bienestar corporal, una voluntad de emancipación han producido un muy fuerte desarrollo de las actividades físicas (gimnasia, jogging, natación, etc.) y la práctica de los deportes entre las mujeres. La creación de un equipo femenino nacional de fútbol en 2002 testimonia estas aspiraciones y ha sido un gesto militante. En los gimnasios, sobre los campos de juego así como en las tribunas se juega un partido abierto entre los rechazos a los modelos tradiciones y las aspiraciones por los standards mundiales.