Se adoptó la denominación Copa Libertadores de América a partir de 1960 en honor de los líderes independentistas que debieron luchar para liberarnos
Allá lejos y hace tiempo, concretamente en el clima del novecientos, se respiraba un creciente amor a la nacionalidad. Por ese entonces, se consideraba que la marcha patriótica argentina era una expresión de sabiduría popular y que por esa razón no debía alterarse. Tampoco era bien mirado reconocer el predominio político cultural de la península y, en general, todo lo que implicara el desprecio de lo propio.
Sin embargo, recién asomado el siglo veinte, el presidente Roca, de nuevo en el poder después de haber ejercido ya la presidencia de la nación durante el periodo 1880-1886, abrevió por decreto el texto de la canción patria compuesto por Vicente López y Planes en 1813, dejando sólo en pié la primera y última cuarteta, más el agregado del coro, con la rimbombante excusa de no mortificar el patriotismo del pueblo español.
“Se levanta en la faz de la tierra/ una nueva gloriosa nación/ coronada su cien de laureles/ y a su planta rendido un león”. Fue una de las cuartetas censuradas por este militar y político que ejercía por segunda vez la presidencia de la nación, por no ser compatible con las buenas relaciones que se intentaban forjar por su gobierno y las autoridades españolas.
A mediados de la década del treinta, otro general presidente, Agustín Justo, autorizó por decreto la concesión de préstamos especiales para que los dos clubes más poderosos del país, Boca y River, construyeran sus nuevos estadios. En 1938 fue inaugurado el de Núñez y dos años más tarde el de la Ribera.
Al respecto, el excelente periodista Ariel Scher comenta que “a Justo lo nombraron socio honorario de las dos entidades, un raro privilegio que tuvieron pocas personas en la Argentina”.
Un siglo y pico después de haberse recortado nuestra marcha patriótica, el presidente de la Conmebol, el paraguayo Alejandro Domínguez, con la anuencia de los dirigentes de los clubes en pugna y de los políticos de turno que simularon oponerse, decidió que uno de las finales de la Copa Libertadores de América se disputara en España. Aquellas personas privilegiadas siempre buscan en la simulación la fuerza de su impotencia, de tal manera que se volvieron expertas en engañar a los demás. Lo concreto es que había detrás un negocio muy grande, y seguramente se estaba pergeñando desde hace un tiempo atrás. Los incidentes alrededor del estadio de River fueron la excusa perfecta.
Vale señalar, que se adoptó la denominación Copa Libertadores de América a partir de 1960 en honor de los líderes independentistas que debieron luchar para liberarnos.
Hace muchos años que los europeos se llevan los mejores jugadores de estos parajes –precisamente una de las mayores preocupaciones de los sudamericanos pasa actualmente por promocionar la venta de futbolistas-, y ahora de este país desvencijado pretenden también llevarse los mejores partidos, los más trascendentes.
¡For export de la Argentina!
Roberto Di Giano es Sociólogo, UBA
www.efdeportes.com/efd0/robertod.htm
Allá lejos y hace tiempo, concretamente en el clima del novecientos, se respiraba un creciente amor a la nacionalidad. Por ese entonces, se consideraba que la marcha patriótica argentina era una expresión de sabiduría popular y que por esa razón no debía alterarse. Tampoco era bien mirado reconocer el predominio político cultural de la península y, en general, todo lo que implicara el desprecio de lo propio.
Sin embargo, recién asomado el siglo veinte, el presidente Roca, de nuevo en el poder después de haber ejercido ya la presidencia de la nación durante el periodo 1880-1886, abrevió por decreto el texto de la canción patria compuesto por Vicente López y Planes en 1813, dejando sólo en pié la primera y última cuarteta, más el agregado del coro, con la rimbombante excusa de no mortificar el patriotismo del pueblo español.
“Se levanta en la faz de la tierra/ una nueva gloriosa nación/ coronada su cien de laureles/ y a su planta rendido un león”. Fue una de las cuartetas censuradas por este militar y político que ejercía por segunda vez la presidencia de la nación, por no ser compatible con las buenas relaciones que se intentaban forjar por su gobierno y las autoridades españolas.
A mediados de la década del treinta, otro general presidente, Agustín Justo, autorizó por decreto la concesión de préstamos especiales para que los dos clubes más poderosos del país, Boca y River, construyeran sus nuevos estadios. En 1938 fue inaugurado el de Núñez y dos años más tarde el de la Ribera.
Al respecto, el excelente periodista Ariel Scher comenta que “a Justo lo nombraron socio honorario de las dos entidades, un raro privilegio que tuvieron pocas personas en la Argentina”.
Un siglo y pico después de haberse recortado nuestra marcha patriótica, el presidente de la Conmebol, el paraguayo Alejandro Domínguez, con la anuencia de los dirigentes de los clubes en pugna y de los políticos de turno que simularon oponerse, decidió que uno de las finales de la Copa Libertadores de América se disputara en España. Aquellas personas privilegiadas siempre buscan en la simulación la fuerza de su impotencia, de tal manera que se volvieron expertas en engañar a los demás. Lo concreto es que había detrás un negocio muy grande, y seguramente se estaba pergeñando desde hace un tiempo atrás. Los incidentes alrededor del estadio de River fueron la excusa perfecta.
Vale señalar, que se adoptó la denominación Copa Libertadores de América a partir de 1960 en honor de los líderes independentistas que debieron luchar para liberarnos.
Hace muchos años que los europeos se llevan los mejores jugadores de estos parajes –precisamente una de las mayores preocupaciones de los sudamericanos pasa actualmente por promocionar la venta de futbolistas-, y ahora de este país desvencijado pretenden también llevarse los mejores partidos, los más trascendentes.
¡For export de la Argentina!
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Roberto Di Giano es Sociólogo, UBA