La historia de los juegos -dice Parlebas- es la historia de sus "prohibiciones y condenas”. Cuando he consultado sobre el tema a docentes que concurren a nuestros talleres, una significativa mayoría manifestaba que en su escuela no había juegos prohibidos, y que "lo que está prohibidos es porque no es juego”. Curiosamente, cuando hacía la misma pregunta a los alumnos, estos enunciaban una precisa lista de actividades que no podían realizar en los recreos y que estas actividades prohibidas eran, para todos ellos... juegos. Resulta entonces que, mientras que desde la óptica de los adultos ciertas actividades se prohibían por que no eran juegos, desde la visión de los jugadores muchas de las actividades prohibidas si lo eran. Aparece sí una grave dificultad para este tipo de investigaciones: ¿A que se llama juego? O, lo que es lo mismo: ¿Sobre qué acciones o actividades vamos a concentrar las observaciones?
Si bien hay coincidencias en aceptar que "el juego ampliamente entendido es la forma genérica de la diversión" (Munné, 1980), cuando se necesitan precisiones la mayoría de los trabajos publicados en los últimos años coinciden en señalar que la palabra "juego" es muy rica... en ambigüedades. En castellano decir juego es hacer referencia a cuestiones diversas: a algo que tiene unión y movimiento (el "juego" de una articulación); a un conjunto de objetos (el "juego" de cubiertos); una actitud (me "juego" en este examen); una intencionalidad (el "juego" amoroso). La misma palabra evoca situaciones, objetos o actividades que muy poco tienen que ver entre sí. Y aún cuando nos concentremos en el juego entendiéndolo sólo actividad lúdica, esa actividad presenta formas y modalidades tan diferentes que uno comienza a sospechar no se esta hablando de lo mismo.
Como juego se señala tanto a las bolitas como los naipes, a las muñecas como la quiniela. Con la misma palabra sintetizamos la sencillez de una mancha y la complejidad del espectáculo olímpico; la inocencia del veo-veo y el dramatismo de la ruleta rusa. Juega -decimos- el gato con un ovillo de lana y juega el ajedrecista con su sofisticada computadora. Y juego es, en educación, tanto un contenido, como una actividad.
Los que nos interesamos por el tema hemos aprendido de nuestros propios fracasos al intentar definiciones esenciales definitivas. El juego no es (a pesar de las pretensiones positivistas) un objeto esta ahí, esperándonos para que lo describamos y clasifiquemos. Estudiar los juegos es, en la práctica, como pretender develar los secretos del ovillo arriba mencionado. A medida que lo desenredemos se va deshaciendo y nos quedamos generalmente sin nada. Mejor dicho, sólo con la lana. En nuestro caso, sólo con los jugadores, con sus intereses, sus necesidades y con el significado que para ellos tienen ciertas prácticas cotidianas. Sabemos que jugar es un acto voluntario e intencional, que se busca y que se acepta en la medida que satisfaga determinadas necesidades. "Si no somos capaces de comprender el carácter especial de estas necesidades, no podremos entender la singularidad del juego como forma de actividad" (Vygotski, 1991). Esto es un dato importante para un docente-investigador que se dispone a mirar comprensivamente los juegos del patio. Más tarde o más temprano descubrirá que roza el territorio de las necesidades, las motivaciones y sus condicionantes.
En nuestra práctica investigativa hemos visto cómo el interés por estar con otros enmarca gran parte de los actos del juego colectivo y orienta la trama de negociaciones consecuentes; en ese contexto, el juego sostiene y potencia la comunicación. Pero jugar no es sólo un medio de comunicación, es también un modo. Un modo -digamos- lúdico que permite al jugador explorar ciertos límites "auto" y "heterocondicionados" (Munné, 1989) sabiéndose a salvo de posibles consecuencias no deseadas; total - dirá para protegerse- estamos jugando. Ese modo lúdico se construye sobre la base de una sensación placentera y cómplice: la emoción, lo emocionante. Jugar sería en todo caso un modo particular de explorar la comunicación en el marco de una situación ficticia organizada a tales efectos. De ahí la importancia de prestarle especial atención a los juegos menos domesticados, a los juegos grises.