Ante la nutrida gama de ofensivas mediáticas donde participan activamente periodistas que alardean de modernos, dirigentes con una viva mentalidad comercial y directores técnicos decididamente avaros, un prematuro sentimiento de duelo embarga a amplias franjas de los aficionados locales. Es que para aquél núcleo de agoreros, el “progreso”, que nada tiene de lerdo, tarde o temprano, vendrá con su guadaña a podar las últimas particularidades de nuestra cultura futbolística. Estamos hablando de sus aspectos más sobresalientes, los que la hacen única e irrepetible y que pese a los múltiples rasgos que la industria cultural le impone desde afuera, se resisten tozudamente a la masificación.
Si triunfa ampliamente el proceso modernizador manipulado cada vez más por minorías que pretenden fijar a toda costa el rumbo de las transformaciones, al grueso de los aficionados se les cerraría una de las pocas oportunidades que todavía les queda para disfrutar de la belleza. Así, al quedar definitivamente privados de ese horizonte estético se desvanecería toda posibilidad para identificase con sus propias formas culturales. Sólo les quedaría vivir una impostura.
Uno de los principales objetivos de tan distinguido grupo de “civilizadores” consiste en anular las características de los Nº 10 que siempre fueron una fuente de orgullo y cohesión para los aficionados locales. Y aprovechando que impera el vale todo en este planeta minado de barbarie por determinadas acciones de las grandes potencias, apuntan decididamente a eliminar al sujeto mismo, hacerlo desaparecer de la mirada colectiva y llenar ese vacío con la cada vez más avasallante centralidad de los medios de comunicación con sus mensajes cada vez más superficiales.
Sin dudas, un Nº 10 emblemático, en una época en que los que mandan pretenden que los aficionados se acostumbren a lo efímero y a la mediocridad, es Juan Román Riquelme, quién mantuvo siempre en alto ese nivel de autenticidad que rige la lógica de lo popular. Se constituyó en un referente importante para quienes reniegan de los esfuerzos estériles y no es casual que sea estigmatizado por los agentes modernizadores de nuestro fútbol como un deportista lento, inconstante y de procederes muchas veces inexplicables. Es que aquellos que entablan una rivalidad a muerte con los actores verdaderamente talentosos pretenden aferrarse a lo previsible y aplastar cualquier brote de fantasía, un elemento no controlable que puedan irrumpir en determinados momentos de un partido.
Pero quienes disfrutan de las emociones y conocen los misterios del juego, que lamentablemente son cada vez menos, no lo ven a Riquelme como un futbolista anacrónico sino como un valor excepcional. Así, Tostao, figura sobresaliente de aquel equipo fantástico que fue el Brasil del 70, rescató de una manera tan poética las virtudes del gran estratega argentino que sus palabras fueron reproducidas en varios medios de comunicación sudamericanos que todavía se permiten enriquecer su vocabulario con algunas metáforas: “trata la bola con tanto cariño, que ella, apasionada y agradecida, con la humildad de un perro busca al 'crack' por toda la cancha para besar sus pies”.
Si no rescatamos las ricas tradiciones simbólicas populares que se presentan hoy como elementos residuales, nuestro debilitamiento cultural se acentuará y las grandes empresas, privadas o dependientes del gobierno de turno, que han venido acrecentado su poder en la actividad deportiva nos brindarán, cada vez más, visiones deformadas de las cosas, trastocando la cultura futbolística en meramente un show.