Durante los últimos cuarenta años, el recorrido al límite del equipo nacional iraní parece reflejar el desarrollo político del país, después de haber oscilado entre la integración en el orden mundial y el rechazo de las normas internacionales. Durante los años ’70 Irán se afirmó como la gran potencia regional en relación con los Estados occidentales; su equipo de fútbol granó tres veces la Copa de las naciones asiáticas y participa por primera vez en la Copa del Mundo de 1978. Durante los quince años que siguieron a la revolución islámica de 1979, marcados por la larga guerra contra Irak, la tensión y el rechazo de la política de orden internacional dominan la escena política y deportiva. Luego, bajo los dos mandatos (1997-2005) del reformista presidente Jatami, se perfila una apertura al mundo, apertura en línea con las aspiraciones de la sociedad civil: Irán participa en diversas competiciones internacionales y clasifica dos veces para la Copa del Mundo de Fútbol: en 1998 y en 2006. Varios entrenadores extranjeros (el brasileño Vieira, los croatas Ivic, Blazevic, Ivanovic) son contratados para dirigir, con diferente fortuna, al equipo nacional; varios jugadores (Da’i, Bagheri, Azizi, Karimi, Mahdavikia, Hashmian…) son contratados por clubes europeos, en la prestigiosa Bundesliga. Además, los jugadores iraníes logran transferir sus servicios a los Emiratos Árabes Unidos o a Singapur, por lo que son reconocidos internacionalmente.
En 2005, la elección a la presidencia de la República del populista y radical Mahmoud Ahmadinejad inaugura una política de rechazo a esta apertura, que se traduce por un mayor control gubernamental sobre las federaciones deportivas. En este sentido, en octubre de 2005, la Federación de Fútbol exige a los jugadores respetar los “valores islámicos”, a no llevar la ropa ceñida al cuerpo, ni arito en la oreja, ni collar, y cuidar la apariencia de sus pelos: barbas irregulares, colas de caballo, pelo largo, rizado, todo lo que recuerda el look occidental es prohibido. Pero todavía algo más significativo: después de la campaña decepcionante del equipo nacional de fútbol en el Mundial de Alemania (derrotas frente a México y a Portugal, empate con Angola), el presidente de la federación es separado de sus funciones por el gobierno.
Esta medida que simboliza la lealtad del deporte al poder político (el hermano del presidente de la República jugó un rol activo en esta dimisión forzada), suscita las protestas de la FIFA que suspendió temporalmente a la federación iraní de fútbol en noviembre de 2006 hasta que se encontró una solución acorde con los estatutos de la federación internacional en diciembre de 2006.
Entre tradición y modernidad
Sin embargo, más allá de estas vicisitudes, el entusiasmo de los iraníes por el fútbol es un excelente indicador de las contradicciones que abruman a la sociedad actual, las tensiones entre tradición y modernidad, los debates sobre el papel de la mujer en el espacio público, sobre la decencia y el desborde tolerable de las emociones.
La difusión cada vez más masiva del fútbol, el crecimiento exponencial de la prensa deportiva relatando las competencias aquí y allá, reflejan un cambio profundo en las referencias simbólicas de la sociedad iraní. El deporte nacional de Irán es la lucha que está vinculada con la práctica habitual de zurkhâne (literalmente: la casa de fuerza) en la que participan en un contexto de sociabilidad amistosa, a través de varios ejercicios atléticos. La imagen del luchador es doble: es a la vez el del “gran brazo” (del “cuello grande”, dicen en persa) de los medios de comunicación populares tradicionales; es también la de pahlavân, el atleta, el héroe de la caballerosidad (la javânmard), aficionado, dedicado y desinteresado. La imagen del jugador fútbol, al contrario, es la del campeón (ghahremân) moderno y del futuro, que sueña con jugar en el Manchester o en el AC Milan. Las dos imágenes no son necesariamente antagónicas (muchos iraníes mayores reivindican esta doble devoción), pero son necesariamente concurrentes y sin duda que la segunda está eclipsando en forma progresiva a la primera. El predominio del futbolista sobre el luchador simboliza, sin duda, los recientes acontecimientos en Irán. La imagen de este nuevo héroe también compite con la figura central en el mundo iraní, que es la del mártir, realzado por el recuerdo todavía cercano de los 400.000 muertos de la guerra contra Irak.
Limitaciones y prohibiciones contra las mujeres
En un país donde las autoridades están obsesionadas con el ocultamiento del cuerpo femenino y la división sexual de los espacios, las prácticas y los espectáculos deportivos son cuestiones clave.
Las disciplinas a las que las mujeres se pueden dedicar a la vista de los hombres son: el tiro, la equitación, el piragüismo, el montañismo, el esquí, el taekwondo... y las competiciones para discapacitados; son todas las prácticas que, a diferencia del atletismo, natación, etc., se acomodan, para bien o para mal, a las normas de vestimenta islámicas. La práctica femenina del fútbol -un deporte sinónimo de apertura internacional, que convoca particularmente a mujeres jóvenes de medios urbanos- es también objeto de controversias y no fue sino muy recientemente, en 2003, que fue creado un equipo nacional femenino, conformado por las mejores jugadoras del equipo nacional de futsal que anteriormente existía. Cuando ellas juegan, las jugadoras están completamente cubiertas, incluso durante el calor del verano. Deben usar un pañuelo que impida que se vea el pelo, pantalones largos bien sujetos a los calcetines, una túnica que cubre el cuerpo hasta la parte inferior de los muslos.
El problema con el uniforme reglamentario es grave cuando el equipo tiene que participar en una competición fuera de las fronteras del país y a la que puede asistir el público mixto. En 2007, el equipo debía viajar a Berlín para disputar un partido con un equipo que había venido a jugar a Teherán. In extremis este traslado fue suspendido por las autoridades por un supuesto “problema técnico”.
El uniforme de las jugadoras, que obliga a llevar el hejâb, ha sido el centro de una reciente polémica con la FIFA que prohibió la participación de las jugadoras iraníes de menos de 15 años en los JOJ (Juegos Olímpicos de la Juventud) que se celebraron en Singapur en agosto de 2010. Un artículo del reglamento de la federación internacional establece, en efecto, que “la vestimenta básica necesaria (del jugador) no puede incluir ningún signo equivalente a una afirmación de orden política, religiosa o personal”. Se logró un compromiso entre los presidentes de la FIFA y la federación de Irán. “Las jugadoras, precisa el comunicado, pueden llevar el cubre-cabeza sobre su pelo, pero no debe descender sobre las orejas ni cubrir la nuca. “La FIFA se bajó los pantalones”, comentaron las feministas.
Si la práctica del fútbol femenino está sometida a estrictas condiciones, la presencia de mujeres en los estadios donde se desarrollan las competencias de hombres está prohibida, aún cuando se difunden ampliamente los encuentros por televisión. El desafío a esta prohibición se ha convertido en un leimotiv de las reivindicaciones femeninas y en cada partido importante las mujeres intentan ingresar al estadio. El punto de partida de este conflictivo reclamo tuvo lugar en ocasión del regreso de la selección nacional después de ganar en Australia la clasificación para el Mundial de 1998: varios miles de mujeres (sobre todo jóvenes) invadieron el estadio de Teherán, donde se aclamaba a los héroes, mientras que los medios de comunicación llamaban a las “queridas hermanas” a quedarse en casa para asistir al evento por televisión, la cual no difundió ninguna imagen de estas rebeldes. “¿Es que no somos parte de esta nación? Nosotras también queremos ser parte de los festejos; no somos cucarachas”, decían estas indóciles. El problema del acceso de las mujeres a los estadios se actualizaba durante la mayor parte de los partidos internacionales, en particular en los cuales asistían mujeres… extranjeras. Así, en noviembre de 2001, durante del partido Irán-Irlanda, clasificatorio para el Mundial de 2002, las irlandesas fueron admitidas en el estadio, luego de múltiples idas y vueltas y decisiones contradictorias de las autoridades, mientras otra vez más a las mujeres iraníes se les prohibía acceder al espectáculo. En enero de 2003 se anuncia que, bajo la presión de los reformistas, sería levantada la prohibición y que algunas gradas específicas se reservarían para las mujeres, pero prevaleció la postura conservadora y las fanáticas se vieron obligadas a volver atrás en las cercanías de las boleterías. En otoño de 2004, 11 de ellas intentaron asistir al partido amistoso Irán-Alemania, pero fueron rechazadas al mismo tiempo que a las alemanas se les permitía ingresar al estadio. “¿En qué somos diferentes a ellas?” protestaban las rebeldes.
La situación parecía mejorar durante el contexto pre-electoral de la primavera de 2005: un reducido grupo de mujeres fue admitida para asistir a la revancha decisiva en camino al Mundial que significó el triunfo de Irán sobre Japón el 25 de marzo; en abril una quincena de mujeres de la Federación (jugadoras, árbitros, entrenadoras) pudo entrar al estadio de Ispahan para ver el partido de un equipo local contra el de Siria. Pero en ocasión del partido clasificatorio contra Corea del Norte, en junio de 2005, parecía que se estaba dando un paso decisivo. Una cantidad significativa de jugadoras de fútbol pudo asistir al partido bajo gran control policial; se les ubicó, es cierto, entre dos filas de simpatizantes coreanas para evitar todo tipo de mixtura con los iraníes. Durante la campaña electoral, Rafsandjani, el candidato “liberal” que quería mostrarse cerca de los jóvenes y las mujeres, se manifestó favorable a levantar la prohibición, pero su adversario, el conservador y populista Ahmadinejad que ganó y fue elegido presidente adoptó un punto de vista opuesto. Las casi 150 mujeres que intentaron, el 1° de marzo de 2006, asistir a un partido amistoso contra Costa Rica, agitando una bandera donde estaba escrito: “Nosotras queremos alentar al equipo nacional”, fueron enérgicamente reprimidas. Varias iniciativas fueron llevadas a cabo para levantar esta prohibición, el proyecto, por ejemplo, de reservar para las mujeres tribunas especiales. Esta idea fue incluso retomada por Ahmadinejad (¿por oportunismo?) en abril de 2006. Pero hubo inmediatamente una afirmación de principios.
El gran ayatollah Lankarani promulgó una fatvâ recordando la conveniencia de esta prohibición y el ala conservadora renegó unánimemente de este proyecto. “Así como es un pecado para los hombres ver mujeres desnudas, tampoco es bueno desde el punto de vista islámico para las mujeres ver las piernas desnudas de los hombres”, declaró en 2006 un diputado del Parlamento opuesto a toda modificación, al igual que el Consejo de Guardianes, responsable de velar por el cumplimiento de las medidas previstas en la Ley Islámica. La presencia de las mujeres en los estadios se convirtió de esta manera en una cuestión política importante, que incluso ha inspirado a los cineastas. En Offside que obtuvo “El Oso de Plata” en el festival de Berlín en febrero de 2006, pero cuya difusión está prohibida en Irán, Jafar Panahi, quien ha sido recientemente condenado a seis años de prisión y a 20 años de proscripción de viajar y salir de Irán, cuenta la historia de una joven que se disfraza de muchacho para ingresar al estadio Azadi (el gran estadio de 100.000 localidades ubicado al oeste de Teherán).