Atendió enfermos y moribundos en la epidemia de cólera y durante la temible fiebre amarilla, mientras algunos colegas se escondían ante su avance
Creo que una indicación (…) de elemental filantropía, es dotar de agua,
haciendo cualquier género de sacrificios, a aquella desgraciada población
que se muere de sed en medio del agua.
José María Ramos Mejía
Wilde, médico y estadista de espíritu innovador, impulsó la mejora de los servicios de la salud pública y alertó sobre los factores de contaminación. En concreto, desde su época de estudiante de medicina se ocuparía de los grandes problemas de la sanidad en la ciudad de Buenos Aires: atendió enfermos y moribundos en la epidemia de cólera y durante la temible fiebre amarilla, mientras algunos colegas se escondían ante su avance. Vale señalar que las epidemias se veían favorecidas por los precarios servicios sanitarios tal como la ausencia de cloacas y carencia de agua potable. A partir de la valiente actuación que le cupo a Eduardo Wilde durante el desarrollo y proliferación de ellas y, lógicamente, del incremento de su saber médico, fue adquiriendo prestigio. Más tarde presidiría el Departamento Nacional de Higiene.
Con sus escritos realizados en diarios y revistas de la época, con una pluma filosa que ironizaba sobre algunas costumbres de los argentinos, sumando al sentido del humor británico la picardía criolla, hirió vanidades, sobre todo, la de aquellas personas que presumen y alardean de sí mismas, y no tienen el coraje de luchar contra esa impostura.
Ingresa como médico de sanidad al puerto de Buenos Aires, un eje alrededor del cual se entablaría la puja entre el Ingeniero Luis Huergo y el comerciante Eduardo Madero por la localización definitiva del mismo. Eran dos concepciones de puerto a construir, presentados en la década del ochenta del siglo diecinueve.
Hebe Clementi (1994) explica que se encomienda finalmente a los ingleses la construcción del Puerto, y se baja los postigos ante cualquier reclamación, por triple acuerdo de presidentes en ejercicio o pasados, refrendando esta decisión, Sarmiento, Roca y Pellegrini firmaron el convenio por el cual se aprobaba el proyecto de Eduardo Madero, cuya construcción correrá por cuenta de ingenieros, técnicos y capitales ingleses.
Asimismo, la gestión del presidente de la Comisión Municipal y luego Intendente de la ciudad de Buenos Aires, Torcuato de Alvear, fue bastante deficiente ya que mostró desinterés por las más urgentes necesidades de una buena parte de la población, echando por tierra la imagen de progreso que pretendía darse. Una voz autorizada en la materia, José María Ramos Mejía, vociferaba: Durante seis años viene haciendo jardines y grutas y no cuida enfermos y mendigos (Hebe Clementi, 1994).
Referencia
Clementi, H. (1994). El protagonismo de La Boca, 1850-1890. Buenos Aires: Ediciones Letra Buena.
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