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Estudios Sociales

22.07.2017
Argentina
ESP |

El ejercicio de escalar desde el deporte a la política

Una variedad de actores tuvieron el talento justo para consolidarse en la esfera deportiva y encaramaron en el ámbito político aprovechando la fama que lograron
Luces y sombras de Alberto J. Armando: una vuelta olímpica con Juan Carlos Lorenzo y la desilusión de la Ciudad Deportiva de Boca Juniors

El olvido es la única venganza y el único perdón...

Jorge Luis Borges

 

 

Existe un método sumamente utilizado para tratar de oxigenar la actividad política de nuestro país que, lamentablemente, expone, de manera explícita, un nivel de corrupción que, no por generalizado, pierde su carácter de delito. El mecanismo, tan desgastado como ineficaz para concretar cambios profundos, consiste en presentar a reconocidos personajes del ámbito deportivo como candidatos en elecciones fijadas por el orden político que, desde hace varias décadas, facilita la impunidad de los poderosos.

Dicha cuestión nos arrastra a pensar que la democracia se constituyó en el mejor sistema de dominación. Es que las mayorías aceptan, con mayor o menor entusiasmo, las reglas de juego elaboradas en conclaves cerrados por una elite. Reglas que, de una u otra manera, terminan dañando al conjunto social cuyos sectores menos favorecidos son endiosados y menospreciados al mismo tiempo por los populismos de turno.

Ahora bien, con el simple desplazamiento de un lugar a otro, los sujetos que acumularon popularidad en cualquier esfera ligada al deporte, no tienen el éxito asegurado en la política, pues ello no responde a una cuestión mecánica sino que depende de muchos factores.

Al respecto, vale recordar el caso de Alberto Jacinto Armando. Punto de referencia ineludible para muchos dirigentes locales después que lideró a principios de los años sesenta la modernización de los clubes argentinos a partir de aquel engendro denominado “fútbol espectáculo”. Por complacencia y complicidad de los demás, argumentaba críticamente un periodista siempre incómodo para el poder como lo fue Dante Panzeri.

Armando se presentó en marzo de 1973 a elecciones nacionales aprovechando esos jirones de popularidad que se ganó dirigiendo, con relativo éxito, al club Boca Juniors, del cual el ambicioso empresario se apropió como de un feudo. Irrumpió en la arena política como candidato a senador bonaerense por la Alianza Republicana Federal, una coalición de orientación ultraconservadora, y el porcentaje de votos, para Armando, fue muy bajo. Es pertinente señalar que dichas elecciones otorgaron el poder al candidato a presidente del principal partido político del país: Héctor Cámpora, ratificando que el peronismo tuvo desde su fundación notables desempeños electorales.

Digamos que si en el contexto de desorganización social que se tejió en las últimas décadas, estos debutantes de la política que saben irradiar optimismo a los demás, alcanzan la meta prefijada, quedarán librados a que se hayan preparado bien para el cargo y a las diversas circunstancias que les toque atravesar para saber si en definitiva su quehacer se encamina a lograr una mayor calidad de vida colectiva. Si no sucede, su paso por la política solamente será un trampolín para su proyección personal, una cuestión que sumará más desencanto a los ya golpeados votantes.

Una variedad de actores que tuvieron el talento justo para consolidarse en la esfera deportiva y en un determinado momento se encaramaron en el ámbito político aprovechando la fama que lograron (tales los casos de Héctor “Pichi” Campana, Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa), nos dice cosas sobre la manera en que se seleccionan los dirigentes en un país en donde la política gira obsesivamente en torno a conjeturas electorales.

Lo concreto es que los partidos políticos han dejado, desde hace largo rato, de generar estrategias que conduzcan al bien común. A lo sumo, cuando se instalan en la cima del poder, toman medidas circunstanciales, para la ocasión, que sirven, más que nada, para tranquilizar la conciencia social de estos astutos macaneadores que se siguen manteniendo en el candelero en base a permanentes reacomodamientos.

Hace un tiempo circuló por las redes una ironía que conllevaba un duro mensaje para el poder, y decía lo siguiente: si las elecciones cambiarían algo ya las hubiesen prohibido. Una expresión que resulta útil para entender las flaquezas de esto que los argentinos llamamos democracia.

Roberto Di Giano
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