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Estudios Sociales

08.11.2016
Argentina
ESP |

La gran importancia de la escuela para educar a las multitudes del futuro

En el libro 'Las multitudes argentinas', Ramos Mejía intenta salvar a una sociedad que se dejó doblegar por el escepticismo y se tornó esencialmente mercantil
Libro 'Las multitudes argentinas', de Ramos Mejía, 1899.

Si en su libro Las multitudes argentina producido en 1899, Ramos Mejía realizó un largo recorrido histórico, desde la época de la colonia hasta fines del siglo XIX, para descubrir cuál fue el papel cumplido por las multitudes en nuestra vida nacional, también se verificaba en dicho volumen otra honda preocupación suya: la de “salvar” a una sociedad que se había dejado doblegar por el escepticismo y vuelto esencialmente mercantil.

Esas nobles intenciones quedaron claramente explicitadas en esta rica obra cuyos componentes indispensables son tanto el uso importante que hace Ramos de la historia argentina como el despliegue de una cualidad mental fundamental para el analista social como es la imaginación.

Lo que más lo desvelaba a este original pensador que, luego de superar algunos escollos producto de sus actitudes rebeldes, se doctoró en 1879 en la Universidad de Buenos Aires cuando ya había fundado y presidido el juvenil Círculo Médico Argentino, era que las multitudes en su estado más puro estuvieran tan opacadas. (Al respecto, vale señalar que Ramos, quien mantendría vínculos con intelectuales de la talla de Alberto Ghiraldo y Pietro Gori, no reparó en analizar la gran expansión que estaba logrando el anarquismo en aquella época).

Lo concreto era que le preocupaba la carencia de multitudes porque tenían para Ramos Mejía una función democrática por excelencia ya que era el recurso y la fuerza de los pequeños y de los anónimos.      

Aquella dura evaluación relacionada con la ausencia de multitudes lo arrastra a reflexionar sobre las expectativas sociales que, según su propia visión, eran forzosas modificar para cambiar el rumbo y escapar así del creciente individualismo, un individualismo que, en muchos casos, tomaba formas delirantes. En efecto, las ambiciones personales, de un modo exagerado, se habían instalado a expensas de los sentimientos comunes.

De allí que en el libro Las multitudes argentinas (1977) se van a superponer claramente el esfuerzo intelectual realizado por el improvisado sociólogo argentino con el objetivo de lograr una mayor comprensión del papel que cumplen las multitudes en la vida social, y una urgente demanda de su tiempo. Demanda que se relacionaba con la necesidad de lograr un rápido y masivo despertar patriótico que sirviera para integrar los distintos fragmentos sociales que se habían cristalizado en Argentina y que encontraban de esa manera dificultades para expresar deseos colectivos.

Entonces, no es para nada casual que Ramos Mejía termine coincidiendo, tiempo después, con otros miembros de la elite ilustrada de la cual en reiteradas oportunidades se diferenció, a partir de su peculiar manera de pensar la realidad sociocultural y de actuar sobre la misma.

En tal contexto, Ramos vivenciaría seguramente una tensión interna ya que encontraba dificultades para enunciar valores positivos en aquel difícil presente y, al mismo tiempo, porque quiso ilusionarse con un futuro lleno de gracia a partir de un proyecto educativo que priorizaba la cuestión patriótica dada la masiva cantidad de hijos de inmigrantes de distintos orígenes que se incorporaban a la escuela primaria. Es decir, que al igual que otras figuras reconocidas del mundo intelectual le otorgaba a la educación las funciones de homogeneización social y cultural.

Desde ya que el tema de la nacionalidad se revelaría como un proceso mucho más complejo que el que podía gestarse desde arriba, desde aquella cima donde notables pensadores pretendían poner a la escuela al servicio de la nación, sobre todo cuando el peso demográfico de los extranjeros tendía a superar al de los argentinos, especialmente en Buenos Aires.

Por más buenas intenciones que los miembros de la elite ilustrada tuvieran para integrar a todos los sectores sociales a partir de una liturgia nacionalista que ayudara a los mismos a descubrir un nuevo campo de emociones, el proceso se cimentaría en el rígido marco de una burocracia llamada a resolver cuestiones de Estado. Las reglas legales fijadas por la misma, erosionarían a la larga aquella volatilidad inquietante de las multitudes que, en tiempos pasados, se aglomeraban libremente a través de sus pasiones y sentimientos, y que Ramos miraba con un dejo de nostalgia.

No en vano Ramos Mejía prefería la palabra patria a la palabra país ya que en aquella prima el sentido de comunidad, el sentimiento de fraternidad y no los pesados mecanismos de control administrativo.

De allí que el médico alienista que sostenía, en general, una mirada más amplia que la de aquella casta de burócratas a pesar de sus ambigüedades, y cuyos provocantes escritos produjeron un importante impacto en el campo cultural, evaluaba que no había en aquel momento histórico multitudes propiamente dichas. A lo sumo consideraba que, a fines del siglo XIX y principios del XX, existían agrupaciones artificiales con dificultades para encarar un emprendimiento masivo. Y no solamente porque no existían ideales patrióticos sino porque tampoco irrumpían, en forma masiva, problemáticas que apasionaran y determinaran su constitución.

Roberto Di Giano
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