Todavía quedan matrices culturales. La presencia de un hombre sencillo lo confirma; de un jugador creativo que mide los ritmos con la pausa necesaria para que este deporte cargado de emociones dispares conserve sus movimientos lúdicos, recreando permanentemente una verdad estética fundamentada en el recorrido histórico que arroja nuestro fútbol desde que se fue resignificando y alejando de la manera de jugar de los creadores de este juego - léase los ingleses - para fundirse y dinamizarse en un estilo propio.
Y no es un tema menor en estos tiempos globalizadores que apuntan a la modernización compulsiva de las sociedades y con ello a sus principales actividades culturales, que un futbolista proveniente del vientre popular de nuestra nación como Juan Román Riquelme capaz de generar un encuentro de la nada, entre la pelota y la belleza, sea permanentemente el parámetro de análisis de los "expertos" mediáticos para imponer su travestida ideología, porque es nada más ni nada menos que la expresión política del mercado que, expresado en términos jauretcheanos, impone su estrategia de colonización mental.
De vez en cuando la vida se entretiene creando su propia metáfora mientras que unos cuantos "tilingos" ignorantes de la función poética, desdibujan sin el menor grado de conocimiento, empujados por la maquinaria cultural, todo grado de análisis profundo y reflexivo reproduciendo las mismas palabras con las cuáles el poder intenta controlar y destruir los resortes culturales propios de una sociedad ya que son éstos, los únicos símbolos capaces de enfrentar cualquier estrategia de masificación.
Es por ello que un futbolista que es, en palabras de Roberto Di Giano: "firme defensor de una identidad amasada con paciencia en el seno de la cultura popular", sea atacado con argumentos insensatos y sinónimos de la mentira. Quisiera detenerme entre tantos otros, en uno de los argumentos principales por los cuáles el poder mediático construye y deconstruye significados: "Riquelme es lento, toca la pelota para atrás", se escucha decir a tantos "especialistas" sobre Riquelme. En su mayoría los mismos se jactan de defender lo indefendible: el fútbol propuesto por el metódico y pluscuamperfecto ex-técnico del seleccionado nacional: Marcelo Bielsa.
A partir de esta antinomia o paradigma que nos presentan los "títeres mediáticos", podemos buscar a la manera de estos eunucos, elementos empíricos que nos demuestran la falsedad de estos atributos otorgados a Riquelme, es decir, a nuestro fútbol.
El peor resultado conseguido en la historia de la participación del seleccionado argentino en un mundial de fútbol, lo consiguió Marcelo Bielsa en el 2002 y su propuesta futbolística: ir siempre para adelante con un chichón en la frente sin importar la búsqueda de variantes para sortear las mismas dificultades que se le presentaron en los únicos tres partidos que jugó el seleccionado. ¿No será que estos sabios nos están invitando, como en otros ámbitos, a avanzar hacia atrás? Pero no importa, "dicen que dicen" que era modernamente entretenido porque iba para adelante con la misma velocidad.
Reflexionemos: la velocidad también se crea en la pausa; lo sabían perfectamente los innumerables y extraordinarios números diez que tuvimos a lo largo de la historia futbolística argentina, porque fueron ellos los responsables de crear un estilo propio: el "crack", valorado por su picardía y por su impensada resolución de una jugada.
Panzeri decía años atrás que: "cuantitativamente y cualitativamente el fútbol evolucionó mucho más hacia sus mayores cumbres de seducción como espectáculo de ingenio y destreza en la creación dictada por la espontaneidad que no a lo largo de todos sus más pedagógicos y racionalizados procesos de enseñanza organizada en niveles educacionalmente más formales". De allí que Juan Román Riquelme no sea lento, porque como dice Adolfo Colombres cuando reflexiona sobre el arte popular: "posee por lo común, claro que no siempre, un ritmo de cambio menos acelerado, quizá porque apunta más a lo permanente que a lo efímero".
Velocidad y lentitud son cualidades necesarias dentro del fútbol pero necesitan vincularse dialécticamente para expresar creatividad sin perder el fuerte lazo de la identidad construida, es decir, para mostrar una verdad estética.
Y ahora, ¡a volver a jugar en las veredas de los barrios pisando la pelota sin olvidarse de hacer la pausa ante cada vecino que pase, agradeciendo su solidaridad en la elaboración mejor de la jugada!