Vamos a tener que salir, tarde o temprano, de este estado de promesas permanentes al cual nos someten los dirigentes políticos y económicos de todo pelaje
En Argentina se construyó un individuo socialmente indiferente, con un nivel de tolerancia casi sin límites frente al poder.
Podríamos caracterizarlo como un individuo “acepta todo” que contribuye con su indolencia, más allá de que lo obliguen a echar cada tanto una boleta en una urna para que otros operen potentemente por él, a construir un poder despótico. El médico alienista, José María Ramos Mejía, que realizó importantes aportes a la sociología argentina, lo caracterizaba como un tuberculoso de la voluntad que se entrega pasivamente a la abulia servil1.
Este lamentable compatriota, sin espíritu de rebelión, que deja siempre que las cosas sucedan sin jugarse por nada, parece sentirse cómodo si lo llevan de las narices a transitar por el camino de la decadencia. Ni siquiera se pregunta si él puede ayudar a construir un horizonte de vida mejor que el que le plantean las elites.
En este contexto muchas personas con buenas intenciones e inteligencia flexible, pero que ven limitado su horizonte ante el continuo hostigamiento de los poderes, se preguntan cómo hacer para recuperar la iniciativa y no prestar la energía irracionalmente a otro para que acumule poder y, por lo tanto, niveles de corrupción. Ya se sabe que poder y corrupción se atraen demasiado, que existe entre ambos una atracción recíproca muy fuerte.
Vamos a tener que salir, tarde o temprano, de este estado de promesas permanentes al cual nos someten los dirigentes políticos y económicos de todo pelaje. Ellos, que son los que nos marcan la agenda, se nos acercan con diferentes máscaras tratando de disfrazar su mayor preocupación que es mantener activo un sistema de dominación que hace que, en defensa de su yo, muchos actores sociales se insensibilicen moralmente.
Nota
1. Véase Roberto Di Giano, Las huellas de Ramos Mejía en el pensamiento contemporáneo, Leviatián, Buenos Aires, 2018.
En Argentina se construyó un individuo socialmente indiferente, con un nivel de tolerancia casi sin límites frente al poder.
Podríamos caracterizarlo como un individuo “acepta todo” que contribuye con su indolencia, más allá de que lo obliguen a echar cada tanto una boleta en una urna para que otros operen potentemente por él, a construir un poder despótico. El médico alienista, José María Ramos Mejía, que realizó importantes aportes a la sociología argentina, lo caracterizaba como un tuberculoso de la voluntad que se entrega pasivamente a la abulia servil1.
Este lamentable compatriota, sin espíritu de rebelión, que deja siempre que las cosas sucedan sin jugarse por nada, parece sentirse cómodo si lo llevan de las narices a transitar por el camino de la decadencia. Ni siquiera se pregunta si él puede ayudar a construir un horizonte de vida mejor que el que le plantean las elites.
En este contexto muchas personas con buenas intenciones e inteligencia flexible, pero que ven limitado su horizonte ante el continuo hostigamiento de los poderes, se preguntan cómo hacer para recuperar la iniciativa y no prestar la energía irracionalmente a otro para que acumule poder y, por lo tanto, niveles de corrupción. Ya se sabe que poder y corrupción se atraen demasiado, que existe entre ambos una atracción recíproca muy fuerte.
Vamos a tener que salir, tarde o temprano, de este estado de promesas permanentes al cual nos someten los dirigentes políticos y económicos de todo pelaje. Ellos, que son los que nos marcan la agenda, se nos acercan con diferentes máscaras tratando de disfrazar su mayor preocupación que es mantener activo un sistema de dominación que hace que, en defensa de su yo, muchos actores sociales se insensibilicen moralmente.
Nota
1. Véase Roberto Di Giano, Las huellas de Ramos Mejía en el pensamiento contemporáneo, Leviatián, Buenos Aires, 2018.
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Roberto Di Giano es Sociólogo, UBA
Roberto Di Giano es Sociólogo, UBA
Roberto Di Giano es Sociólogo, UBA