Desde hace un tiempo prolongado, los políticos, cuestionados hasta el cansancio por la mayoría de los ciudadanos, no gozan de la idealización de que son objetos los profesionales de otras actividades. Entre otras cosas, ellos se han desprestigiado mucho en su afán de trabajar más para sí mismos que para los demás, y por prometer cosas a las que casi nunca se llega.
Estos procederes típicos de los dirigentes políticos y parlamentarios argentinos, se sostienen con los votos de circunstanciales mayorías que mantienen la viva ilusión de participar en los asuntos públicos por el solo hecho de elegir representantes cada tanto. Una ilusión que encubre parcialmente las situaciones de opresión a las que ellas se ven sometidas diariamente.
Una vez aferrados a sus anhelados cargos, dichos actores pretenden mantenerse a cualquier precio dentro del círculo de poder, ya sea mediante el uso de dinero legal o ilegal -proveniente de fuentes oscuras-, por un amplio repertorio de mentiras o ejerciendo violencia institucional.
Como en contadas ocasiones los políticos hacen los suficientes esfuerzos para solucionar los problemas de diversos sectores sociales (y fundamentalmente de los más débiles) y siguen, como si nada, alardeando de una gran destreza para eludir las cuestiones de fondo, levantar mucho dichas figuras llevaría a los grandes medios de comunicación a perder mayores niveles de credibilidad. En verdad, poco material tienen los mismos para mostrar algo del mundo político que sea edificante o ejemplificador para la población.
Ahora bien, vale señalar que dichos medios intensificaron la pérdida del rumbo ético en los últimos tiempos y que algunos de ellos se convirtieron en referentes obligados para los políticos de turno. En materia de enfrentamientos se privilegiaron las agresiones cruzadas y los disparos de fuegos artificiales, distorsionando así, aún más, la cultura política de nuestro país.
Pero también a los argentinos nos toca asistir a una variada gama de articulaciones entre el poder político y los instrumentos mediáticos de transmisión de patrones de comportamiento e ideas. Asediados como estamos por el tedio y el alto nivel de tonterías que, apuntalados por el marketing, fabrican para todos nosotros los medios de comunicación, nos acostumbramos a contemplar pasivamente esos juegos de poder y extorsión, teñidos de desencantos.
En tal contexto, y aprovechando el encantamiento que le produce a miles de aficionados una práctica social como el fútbol, los medios audiovisuales, conscientes de la importancia que ha adquirido la imagen en la comunicación social, emplean buena parte de su tiempo en entrenar al público con una batería de informaciones falsas, a lo que le suman una variada gama de construcciones míticas para poder transformar lo irrelevante en algo heroico. Se evapora así el sentido crítico que es tan necesario para evolucionar.
Los medios audiovisuales les brindan a los televidentes la posibilidad de poder ver una maratón de partidos de fútbol, o mejor dicho de simulacros de partidos como fruto de tantas tergiversaciones históricas. Ello produjo que algunos aficionados de buena memoria demanden que al fútbol se lo denomine de otra manera, pues ha perdido con las mutilaciones y distorsiones sufridas en los últimos años, sus características principales.
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Roberto Di Giano es Sociólogo, UBA