Sin dudas, resultaría muy importante para lograr un salto cualitativo en nuestra sociedad que las autoridades educativas que seleccionan, casi siempre con criterios elitistas, que prácticas pueden adecuarse a la escuela y cuáles no, tengan en cuenta el fútbol callejero.
Todos sabemos por nuestras propias experiencias que la educación formal y el fútbol vivieron históricamente una relación conflictiva. La excusa, mantenida con mucha obcecación, era que no se reprodujeran en el ámbito escolar las rencillas, los desbordes afectivos y emocionales, que se veían en otros espacios más propicios para dar rienda suelta a la aventura humana.
Con esta excusa la escuela que ha pretendido, básicamente, regular la conducta del educando, actuó ignorando los secretos de una actividad que cumple en la Argentina un papel tan significativo en la formación integral de la niñez y adolescencia.
Pero con la conformación de una nueva y creativa manera de jugar, propia del fútbol callejero, se derrumban todas las excusas para poder construir un puente más amistoso entre estas dos esferas relevantes de nuestra cultura. Porque el fútbol callejero enseña a respetar las pautas que el propio grupo fija. Y lo logra, llamativamente, en el marco de una sociedad que, ganada por la indolencia, invita a sortear los límites permanentemente para convertir la vida en un melodrama.
El fútbol callejero fomenta que los protagonistas dialoguen. Allí pueden escucharse, una cualidad tan necesaria como caída en desuso, y que les sirve para avanzar con claridad por la senda de la solidaridad. Aunque tengan que hacerlo en medio de tanto ruido social que intenta aturdirnos, y si es posible extraviarnos de nuestras verdaderas metas con el hoy tan valorado "sálvese quien pueda".
Vale también destacar el papel de la crítica y la autocrítica porque constituyen una parte fundamental del proceso creativo y les permite a los protagonistas madurar siguiendo un camino propio y no el de uno dictado desde afuera.
Cuando se cumplen los objetivos que se fueron plasmando sobre la marcha, se eleva, a través de una gama de argumentaciones, la autoestima de los protagonistas que pueden así sostener con firmeza las identidades individuales y colectivas que supieron construir en un proceso que requiere, como todas las cosas buenas, de tiempo. Finalmente todo se consigue con una dosis de valentía, porque a estos jóvenes les toca habitar un mundo social atravesado por un sinnúmero de incertidumbres.
Sin dudas, el fútbol callejero está en condiciones de transmitirle muchas cosas positivas a la escuela que ha sufrido un marcado deterioro en las últimas décadas, si la misma tiene el coraje de abrirse a una práctica que utiliza las pasiones humanas para convertir a los diversos sujetos que intervienen en ella, en personas alegres y solidarias, enriqueciendo el campo de la cultura popular.
Esta vez la sede del Encuentro Nacional de Fútbol Callejero fue Mendoza, "la tierra del sol y del buen vino", una metáfora que hizo agua dadas las frecuentes lluvias que azotaron la ciudad. Ojalá el cambio climático ayude a que algunos mendocinos no se muestren tan autosuficientes y se abran sin prejuicios a sus compatriotas. Aunque sigan fascinados con ese turismo tan condescendiente con los extranjeros de los países no limítrofes que, en su gran mayoría, los ignoran culturalmente.